Lo primero que escuché cuando abandoné el confortable seno materno fue el siniestro grito que lanzó la comadrona. El alarido, idéntico al que lanzaban los querreros mexica tras capturar a un prisionero en la batalla, era un gesto simbólico que ponía de manifesto la auténtica razón de existir del pueblo de Tenochtitlan: la querra, la muerte y el poder. Mi madre me dijo: “ Hijo mío muy amado y muy tierno, cata aquí la doctrina. De medio de ti corto tu ombligo. Sábete y entiende que no es aquí tu casa donde has nacido, porque eres soldado y críado. Tu propia tierra otra es; en otra parte estás prometido, que es el campo donde se hacen las guerras, donde se traban las batallas. Para allí eres enviado. Tu ofocio es dar de beber al Sol con sangre de tus enemigos y dar de comer a la Tierra, que se llama Tlaltecuhtli, con los cuerpos de tus enemigos. “
Sin prisas pero sin pausas, con un orden riguroso y metódicamente planificado, sin amor ni odio, comenzé la educación. Sería en el „calmecar”, el centro educativo reservado a los nobles y a los plebeyos prometedores, donde puliría mi caracter hasta darme la dureza de la obsidiana. Yo mis maestros y los demás aspirantes a „tlatoque” pasábamos las interminables jornadas enseñando y aprendiendo: a bien hablar, a bien gobernar y a oír de justicia.
Me tomé el aprendizaje castrense con la autodisciplina y fuerza de voluntad que me caracterizaba. Desde la campaña de Cuauhtlan, en la cual participé como aspirante, hasta la de Nopalan, mi Carrera estuvo jalonada de Laurelem y actos heroicos. Un soldado perfecto, tan perfecto que olvidó de su propia felicidad.
Las reglas del “tlatoani” : Orden, disciplina y ley
El “tlatoani” posesía otras cualidades. Era limpio, elegante, rafinado y de modales perfectos. Yo trataba con diferencia a aquel que mostraba buena educación, pero castigaba sin piedad al infeliz que no guardase la debida compostura. Si se me puede acusar de algo, ese algo es mi fe ciega, rayana en la obsesión, en exigir el cumplimiento social y leyes de la cultura “mexicatl”.
El mejor en las batallas; el primero en los rezos
El “tlatoani” se regue en las cuestiones religiosas con los mismos parámetros que emplea para las militares o las protocolarias.
Ser, querer ser, sentir que se es con la íntima plenitud de poder y de dominio sobre sí y sobre los demás. El superhombre tiene el mayor número posible de impulsos y apetitos, en el más alto grado y con la mayor fuerza posible, de modo que puede ejercer un domino pleno, fácil y seguro. Es espíritu claro claro y perspicas. No espera ni tolerará que le sean impuestos valores ni fines. El es su propia norma, porque está más All del bien y del mal. Es duro y egido Cossigo mismo; es impermeable a la lisonja y también a la compasión. Si ayuda a los desgraciados, es por sobreabundancia de fuerzas.
Así me hizo toda mi vida.
En mi mundo tu has muerto ya.. jejje.
ResponderEliminarEn el mio tambien ya tas muerto! ja!
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